EL MUNDO

19 octubre 2015

 

16.000 mastectomías y Sanidad no garantiza la reconstrucción total

María Valerio

 

Para muchas mujeres, el tatuaje del pezón es el último peldaño. Pocos hospitales ofrecen este tatuaje en su cartera de servicios. El cáncer de mama en cifras.

 

Azucena Marzo maneja y mezcla con pericia los pigmentos en tonos tierra y rosáceos que necesita para su trabajo. Abre un tubo por la mitad y lo coloca en una especie de anillo que le permite ir recargando cada poco tiempo la jeringuilla sin soltar el pecho que tiene entre manos. En la camilla reposa una de las más de 1.500 mujeres que han pasado por sus manos en los últimos cinco años para que les dibuje el pezón arrebatado por la cirugía tras un cáncer de mama.

 

La técnica que realiza esta enfermera del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, y que algunos conocen como tatuaje, se denomina en realidad micropigmentación de la areola y el pezón, y pese a la creciente demanda que existe por parte de miles de mujeres mastectomizadas, sólo un puñado de hospitales públicos de toda España lo ofrecen en su cartera de servicios. Azucena, de hecho, atiende a mujeres que le remiten desde todos los hospitales de la Comunidad de Madrid. La lista de espera aquí ronda los seis meses, aunque en otros centros puede superar el año y medio.

 

En la mayoría de hospitales ni siquiera ofrecen esta coloración; en otros casos (como el Reina Sofía de Córdoba) lo realizan los propios cirujanos plásticos, aunque la Sociedad Española de Cirugía Plástica (SECPRE) considera que lo puede realizar personal no sanitario, como esteticistas o tatuadores, en cuyas manos acaban muchas veces las mujeres, pagando de su bolsillo entre 300 y 400 euros por cada pezón.

 

En tierra de nadie

"No es una técnica eminentemente médica", coincide Alberto Morano, de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME); "aunque como médicos sí forma parte de nuestras competencias favorecer el bienestar de los pacientes con cáncer y trasladarles la información adecuada".

 

Para solucionar esta laguna y unificar esta especie de 'tierra de nadie' en la que ha quedado el pezón, la Asociación de Micropigmentación Estética, Paramédica y Oncológica (Amepo) y la Sociedad de Medicina y Cirugía Cosmética (SEMCC) han presentado este año ante el Congreso de los Diputados -de la mano del Grupo Parlamentario Socialista- una proposición no de ley para regularizar la técnica y dar un acceso unificado a las 16.000 mujeres que se someten cada año a una mastectomía (una extirpación total del pecho para eliminar el tumor y toda la glándula mamaria) en España. Coincidiendo con el Día Mundial del Cáncer de Mama, que se conmemora este lunes, los especialistas denuncian precisamente que sólo el 10% de ellas es operada inmediatamente para la reconstrucción de la mama en el mismo acto.

 

"Queremos que la micropigmentación esté en la cartera de servicios básica", explica el doctor Víctor García, presidente de SEMCC, "que se regule la formación del personal encargado de hacerla, los materiales autorizados e incluso la acreditación de los centros e instalaciones que pueden realizarla".

 

"Muchas mujeres acaban en manos no siempre experimentadas en tatuar esta piel, que es una piel muy dañada, en ocasiones quemada por la radioterapia o con cicatrices", explica por su parte la presidenta de Amepo, María Dolores Pérez Sancho, enfermera de profesión. Hoy por hoy, basta con el título de técnico higiénico sanitario para poder realizarla, aunque como puede verse en la propia web de Amepo, la legislación es muy diferente entre comunidades autónomas.

 

Un tatuaje superficial

Como explica la doctora Belén Mazarrasa, del servicio de Cirugía Plástica del Ramón y Cajal, la micropigmentación es una técnica muy parecida al tatuaje estético, pero que se realiza a una profundidad menor de la piel (unos 0,5 milímetros, frente a los 1-2 en la que trabajan los tatuadores, ya en la dermis). Y aunque reconoce que prácticamente el cien por cien de las pacientes pueden hacerse la micro sin riesgos, explica que no deja de ser un procedimiento médico, sobre una piel muy especial, que requiere un cierto seguimiento. "Si tengo dudas no se hace. Si la piel sangra, por ejemplo, no se puede seguir. No se puede arriesgar una reconstrucción mamaria por una pigmentación", asegura sin dudarlo la enfermera.

 

En la consulta del Ramón y Cajal, esa continuidad implica desde una espera de unos tres meses para que la reconstrucción cicatrice bien, pruebas de alergia, alguna visita sucesiva si hiciesen falta retoques y, finalmente, el alta.

 

Los pigmentos que se emplean son orgánicos, por lo que se degradan con más facilidad que los colores de los tatuajes estéticos. Eso, unido a que se pinta una capa de la piel más externa, hace que muchas mujeres necesiten algunos retoques pasado un tiempo.

La paciente que hoy permite a EL MUNDO ser testigo de su tatuaje tiene 46 años y llega remitida desde el Hospital Clínico (también en Madrid) después de una mastectomía total con reconstrucción inmediata. Como ella misma admite, haber salido del quirófano con la prótesis ya colocada ha facilitado mucho su relación con el espejo y el dibujo del pezón de su mama derecha era para ella sólo el final natural de un viaje que empezó en julio de 2014 con un traicionero bultito.

 

Un pezón en tres dimensiones

En su caso, los cirujanos también pudieron reconstruirle en el mismo quirófano el pezón, con fragmentos de su propia piel para poder darle su volumen casi natural (una técnica llamada del colgajo, que -en ocasiones- utiliza piel de los labios vaginales o de la cara interna del muslo para obtener la coloración oscura del pezón). Si crear este botoncito de piel no es posible y la areola ha quedado completamente plana tras la mastectomía, la micropigmentación es capaz de lograr una apariencia de volumen jugando con los colores. "Hay quien lo llama el 3D famoso", bromea Azucena sin soltar los pigmentos, "pero no es más que un juego de luces y sobras". Al menos de frente, ese tatuaje logrará reproducir la sensación de volumen del pezón, aunque al pasar la mano el pecho esté plano.

 

Azucena trabaja a una velocidad de vértigo, pendiente en todo momento de las sensaciones de su paciente (que ha llegado con una pomada anestésica aplicada de casa para aliviar los las molestias de la aguja). En su agenda hay citadas unas ocho o nueve mujeres cada mañana, algunas sólo para retoques, pruebas de alergia, y unos tres o cuatro tatuajes (algunos también para dibujar las cejas perdidas tras la quimioterapia). Ella misma admite que su trabajo ha ido mejorando desde que hace cinco años ella y la supervisora Olga Sacedo pusieron en marcha esta unidad. "Otros hospitales deberían concienciarse y formar a su personal", admiten a dúo.

 

Por la consulta de micropigmentación, Azucena ha visto rodar lágrimas de alegría, abrazos con la pareja, caras de asombro... "Esto es el final de un túnel, y por fin pueden decir soy normal", explica con la jeringuilla en la mano.

 

Como apunta por su parte Toñi Gimón, miembro de la Junta directiva de la Federación Española de Cáncer de Mama (FECMA), éste es de alguna manera el "último toque de belleza, cuando ya has pasado la fase más importante, que es la de curarte. ¿Que sería deseable que lo hiciesen en toda la sanidad pública? Pues sí, pero todos sabemos que los recursos son finitos". A su juicio, esa desatención sí ha hecho crecer el interés de clínicas y centros privados, "algunos incluso hacen descuentos a las mujeres con cáncer de mama".

 

Después de apenas una hora, nuestra paciente (gracias por serlo) sale de la consulta con una pomada que ayudará a la cicatrización. Durante 15 días, tres veces al día, tendrá que curarse ella misma con suero y una pomada antibiótica para prevenir cualquier infección. En noviembre, cita de nuevo con Azucena. "Yo no me puedo medir con un tatuador. Yo soy enfermera", insiste ella, mientras su pijama verde y sus guantes de látex no dejan de recordarnos que estamos en un hospital y que lo que ella hace, pese al aire artesanal de su quehacer, es un procedimiento médico.